Por Carlos Rangel economista y asociado de la UPP
Publicada en el diario de cantabria el 6 de junio de 2025
La reciente declaración del Gobierno andaluz, que sostiene que la exposición de niños a las corridas de toros fomenta una "conciencia ecológica y de empatía" con los animales, no solo es una afirmación descabellada, sino un intento burdo de blanquear una práctica intrínsecamente violenta e incompatible con los valores de respeto y protección animal que deberían inculcarse en la infancia. Lejos de promover una conexión positiva con la naturaleza, la tauromaquia es una escuela de desensibilización y justificación del sufrimiento ajeno.
Argumentar que presenciar la tortura y muerte de un ser vivo puede generar empatía es una falacia insostenible. La empatía, por definición, implica la capacidad de comprender y compartir los sentimientos de otro. ¿Cómo se puede desarrollar esta cualidad fundamental observando cómo un animal es estoqueado, banderilleado y finalmente sacrificado en un espectáculo público? Lo que realmente se transmite es la normalización de la violencia, la idea de que el sufrimiento animal puede ser entretenimiento y que la vida de un ser sensible es un mero objeto de uso y descarte para el disfrute humano.
Además, la noción de "conciencia ecológica" en este contexto es una contradicción. La ecología es el estudio de las relaciones de los seres vivos entre sí y con su entorno, y la protección de los ecosistemas. Los toros de lidia, si bien criados en dehesas, lo son con un único propósito: ser llevados a una arena para su eventual sacrificio. No se les ve como parte de un ecosistema en equilibrio, sino como "material" para una tradición. La verdadera conciencia ecológica se fomenta a través del respeto por la vida en todas sus formas, la comprensión de la biodiversidad y la necesidad de proteger a todas las especies, no mediante la justificación de su explotación para el ocio.
Más allá de las retóricas vacías sobre la empatía y la ecología, la medida del Gobierno andaluz parece tener una intención mucho más prosaica y calculada: fidelizar aficionados desde una edad temprana. Al presentar las corridas de toros como una actividad cultural y educativa para los niños, se busca normalizar y perpetuar una práctica que, de otra forma, está en declive y genera cada vez más rechazo social.
La niñez es una etapa crucial para la formación de valores. Exponer a los niños a la tauromaquia, presentándola como cultura o tradición, es inculcarles una visión distorsionada de la relación entre humanos y animales. Se les enseña que la dominación y la crueldad pueden ser aceptables si se enmarcan en un espectáculo. Esto contrasta directamente con los esfuerzos crecientes en la sociedad por promover el bienestar animal, la educación en valores de respeto y la comprensión de que los animales son seres con capacidad de sentir dolor y miedo.
Mientras algunos gobiernos autonómicos conservadores, como el andaluz, intentan justificar la tauromaquia con argumentos insostenibles sobre "empatía" y "conciencia ecológica", la verdadera asignatura pendiente, tanto para ellos como para un gobierno nacional progresista, es la valentía de prohibir de una vez por todas la muerte de animales en espectáculos públicos de diversión. Es inaceptable que en el siglo XXI se sigan permitiendo y, en muchos casos, subvencionando prácticas que se basan en el sufrimiento y la agonía de seres sintientes. La idea de que presenciar la tortura y muerte de un animal puede ser entretenimiento es un vestigio de tiempos pasados que la sociedad, en su mayoría, está superando.
El problema va más allá del animal en cuestión. Exponer a la ciudadanía, y especialmente a los niños, a espectáculos donde el maltrato animal es la esencia, solo puede conducir a la desensibilización. Cuando la crueldad se normaliza y se presenta como cultura o tradición, se erosionan los valores de compasión y respeto. Esto es especialmente preocupante porque "los seres humanos también somos animales". La línea entre la insensibilidad ante el sufrimiento animal y la indiferencia ante el sufrimiento humano puede ser más delgada de lo que imaginamos.
Un gobierno que se precie de ser progresista y de velar por el bienestar de su población debe ser pionero en la promoción de valores éticos que rechacen cualquier forma de violencia gratuita. Permitir la muerte de animales en espectáculos no solo es una cuestión de bienestar animal, sino de coherencia social y moral. La verdadera valentía política no reside en mantener tradiciones que han perdido su sentido en el presente, sino en liderar el camino hacia una sociedad más empática, justa y respetuosa con todas las formas de vida. Es hora de que los gobiernos, tanto autonómicos como el nacional, asuman esta responsabilidad y demuestren que el progreso también implica la abolición de la crueldad como forma de ocio.
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