Por Oscar Sañudo periodista y asociado de la UPP
Publicado en el diariocantabria el 9 de mayo de 2025
Hay algo casi mágico en la política española: quizá los datos oficiales puedan relucir, pero el debate público prefiere las sombras. En 2025, España presume de la cifra de paro más baja desde 2008 a poco más de dos puntos de la quimera del “pleno empleo”. España tiene más de 21 millones y medio de afiliados a la Seguridad Social, récord absoluto. El crecimiento económico se revisa al alza, con un PIB previsto del 2,5% este año. La inflación, ese monstruo de las pesadillas recientes, se mantiene domada. Nuestra democracia recibe elogios internacionales, mejorando su nota en los rankings globales y avanzando en transparencia institucional.
Pero ¿quién quiere hablar de eso? Lo verdaderamente importante parece ser cualquier cosa que no tenga que ver con el funcionamiento real del país. Si el paro baja, es solo porque el empleo es precario; si la economía crece, es solo gracias al turismo y pese al Gobierno; si la inflación se modera, es porque el INE manipula la cesta de la compra. Y si la democracia mejora, será porque el índice lo hace “The Economist”, un panfleto inglés.
El todopoderoso relato convierte la mejora social en sospecha, el avance económico en trampa y la estabilidad política en amenaza. Mientras tanto, la situación económica, las políticas sociales, la educación o el empleo quedan relegadas a la letra pequeña, porque el verdadero espectáculo está en la polémica, el tuit viral o el último bulo digital.
Mientras los datos demuestran que el país funciona razonablemente bien -apagones aparte- el relato dominante nos invita a pensar que todo va mal, que vivimos al borde del abismo y que la verdadera política es la que se grita, no la que se gobierna. Porque en España, el relato no solo mata el dato: lo entierra, lo olvida y lo sustituye por la emoción del conflicto. Y ahí seguimos, debatiendo sobre lo que impacta en vez de sobre lo que importa.
Que el relato gane al dato en el debate público no es casual ni inocente. Quienes más se ven favorecidos por esta dinámica son los actores políticos y mediáticos que buscan moldear la percepción social a su conveniencia, independientemente de la realidad objetiva reflejada en los datos. El relato, al anteponerse a los hechos, permite instalar marcos interpretativos que refuerzan intereses partidistas, polarizan a la sociedad y desvían la atención de los logros reales.
En este contexto, el bulo y la desinformación se convierten en herramientas fundamentales para alimentar y sostener relatos interesados que permiten desacreditar lo positivo y sembrar sospechas sobre cualquier avance, generando un asfixiante clima de desconfianza permanente. Por eso no solo se distorsiona la percepción pública, sino que se refuerza el poder de quienes controlan el relato, dificultando el debate racional y relegando los temas realmente importantes a un segundo plano o a la nada.
La supremacía del relato solo beneficia a quienes buscan el rédito inmediato de la polémica y la crispación, a costa de la calidad democrática y la información veraz. La sociedad, mientras tanto, queda atrapada en un bucle de emociones y conflictos artificiales, alejándose cada vez más del análisis sereno y de los hechos contrastados.
Solo cuando aprendamos a escuchar el susurro firme de los datos por encima del estruendo de las emociones encontradas, podremos abrir la puerta a un diálogo público sincero y constructivo. Porque es en la verdad donde reposan las raíces de la convivencia.
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