LA PROSTITUCIÓN ¿ES LA PROSTITUTA?

 

ARGUMENTOS PROGRESISTAS N.º 58, septiembre-octubre 2024


Por Charo Quintana 

(Ginecóloga. Miembro del Observatorio de la Violencia Obstétrica de España. Miembro del Observatorio de Cantabria)

 



Al hablar de prostitución viene a la mente en seguida la prostituta como la protagonista y casi esencia de la acción, pero el prostituidor tiene probablemente un protagonismo más importante, y algo semejante puede decirse de los proxenetas. También suele haber otras personas y negocios que se benefician de la prostitución e incluso a veces participan en su promoción, constituyendo algo semejante a un sistema de explotación. Es la perspectiva de la Plataforma Estatal de Organizaciones de Mujeres por la Abolición de la Prostitución, con su propuesta de una Ley Orgánica Abolicionista del Sistema Prostitucional




La palabra prostitución nos evoca generalmente la imagen de una mujer, de una mujer en situación de prostitución. Y no es de extrañar, si tenemos en cuenta que hasta la RAE define prostitución como: “actividad a la que se dedica quien mantiene relaciones sexuales con otras personas a cambio de dinero”; idea en la que abunda incluso el buscador Google que, ante dicho término, ofrece únicamente imágenes de mujeres apostadas en calles o callejones, siluetas femeninas en las luces de neón de los clubs de alterne o piernas calzadas con tacones de vértigo.


Nuestro imaginario colectivo y el relato social acerca de la prostitución han sido así construidos. Deliberada y “adecuadamente” construidos. Tiene que parecer que todo se limita a una mujer (o niña) que voluntariamente (sin considerar en qué condiciones se da esa supuesta voluntariedad) intercambia sexo (¿o sería más exacto, acceso a su cuerpo?) por dinero. No aparecen los puteros, ni los proxenetas, ni ninguna de las personas que sostienen, expanden y se lucran de la industria de la prostitución. Y el que no aparezcan no es casual.


Es totalmente deliberado escamotearnos al prostituidor o putero, que es el responsable de la existencia de la prostitución. Sin él no habría demanda, no habría prostitución y no habría trata de mujeres y niñas con fines de explotación sexual. También es intencional la invisibilidad de los tratantes que aprovisionan de mujeres y niñas, de los proxenetas que gestionan el creciente negocio de la explotación sexual, de los Estados proxenetas que regularizan, legalizan o, como el nuestro, dejan en la alegalidad la prostitución permitiendo su expansión y, por último, de los sectores sociales que promueven o se lucran directa o indirectamente de ella: los dueños de los locales donde se prostituyen las mujeres y donde en muchas ocasiones viven, los porteros y vigilantes, las madames, las empresas de venta de alcohol y tabaco, los traficantes de las drogas que se consumen en esos espacios, los taxistas y guardaespaldas que continuamente trasladan a las mujeres de un club a otro, de un piso a otro o a los hoteles o casas particulares y, en otros países, todos los sectores que se benefician del turismo sexual. Es deliberado, pues, que se ponga el foco sobre las mujeres en situación de prostitución y no en ese complejo y criminal sistema integrado por todos esos elementos invisibilizados en el que se ha convertido hoy la prostitución.


Y es precisamente a ese sistema al que la Plataforma Estatal de Organizaciones de Mujeres por la Abolición de la Prostitución pretende poner coto con su propuesta de Ley Orgánica Abolicionista del Sistema Prostitucional. Esta ley se marca entre sus objetivos cambiar un imaginario en el que únicamente quedan representadas las personas prostituidas –en su inmensa mayoría mujeres y niñas–, y poner en primer plano a los prostituidores y proxenetas, auténticos actores principales de un modelo de prostitución que, desde el triunfo de las políticas económicas neoliberales en el actual capitalismo, ya no es el que era.


A partir de los años 70 la prostitución pasó de ser una actividad artesanal, no interconectada, un pequeño negocio autónomo y sin impacto en el sistema económico de los Estados, a una industria global, transnacional, perfectamente organizada, en plena expansión, que mueve enormes cantidades de dinero y que se codea con otras actividades ilegítimas, cuando no criminales, como la venta ilegal de armas y el narcotráfico. Un negocio en el que las mujeres que sobreviven sin intermediarios son numéricamente irrelevantes, una verdadera “industria” controlada por proxenetas que obtienen pingües ganancias de la explotación del cuerpo de las mujeres.


Cuerpos que hay por doquier. Cuerpos negros, mulatos, orientales, rubios, gestantes, de belleza normativa o con discapacidades como “Ava”, la protagonista del documental de Mabel Lozano e Isabel Peña… Cuerpos cada vez más jóvenes y para todos los gustos y fantasías. Cuerpos para satisfacer el colonialismo sexual, el racismo sexualizado y “experiencias” de dominio y control machista. Cuerpos que se desechan y sustituyen fácilmente cuando enferman, se quiebran o cumplen años. Cuerpos que representan una inversión mínima que se amortiza con gran rapidez, ya que se obliga a las mujeres a pagar precios desorbitados por el traslado desde su país de origen, por el alquiler de la habitación donde viven y ejercen y a quienes se les imponen multas arbitrarias ante cualquier situación. Cuerpos, en definitiva, de una altísima “rentabilidad”.



Tales son las ganancias, que la UE reclama a sus países miembros que comuniquen el dinero que obtienen a través de la prostitución. España empezó a hacerlo en 2014. En esa fecha, según el INE, generaba unos 4.100 millones de euros anuales, lo que suponía un 0,35% del PIB, dato que no ha sido actualizado desde entonces. Pero en Alemania, donde se dispone de cifras recientes, la prostitución mueve 15.000 millones de euros anuales.


Hoy, como dice Rosa Cobo, la prostitución se encuentra en el corazón del capitalismo neoliberal. Y su actual crecimiento no es un fenómeno espontáneo. Las mujeres vulnerables son deliberadamente empujadas a la prostitución. No solo es la pobreza, la feminización de la pobreza, la responsable. Las mujeres no piensan “soy pobre, voy a dedicarme a la prostitución”. Hay toda una estrategia detrás. Las mujeres se ven empujadas mediante coacción, engaño o violencia sexual en la trata, a través de la promoción del turismo sexual como medio de desarrollo económico en algunos países, o –en palabras de Amelia Tiganus– gracias a ”la fabricación de putas” a partir de niñas y mujeres violadas o abandonadas por sus familias y entornos, de menores que se encuentran dentro del sistema de protección, de mujeres en conflictos bélicos, en procesos migratorios, o viviendo situaciones de extrema vulnerabilidad social, económica o emocional, o simplemente con necesidades urgentes de dinero que adoptan la prostitución como estrategia de supervivencia, o bien de mujeres que animadas por la cultura de la prostitución la ven como una oportunidad de ascenso social.


Las personas encargadas de su captación saben bien jugar sus cartas. Se acercan de forma diferente según el perfil de la mujer. A las estudiantes universitarias les ofrecen contratos de trabajo en prácticas; en Nigeria utilizan la amenaza del vudú; en Bulgaria falsas escuelas de baile; en Paraguay ofertas de trabajo en el servicio doméstico; en Rumania los loverboys establecen una relación de pareja con adolescentes y les proponen migrar juntos a España; las redes sociales, y aplicaciones como la conocida OnlyFans, son cada vez más utilizadas…


Por otro lado, esta “industria” también fabrica puteros, ya que son imprescindibles para el mantenimiento del negocio. Para ello, la cultura de la prostitución banaliza y blanquea el consumo, lo promociona como forma de ocio, diversión y fin de fiestas, envía mensajes de “tú lo vales”, y tiene como gran motor el profundo desdén que hombres machistas sienten hacia las mujeres, que les permite reducirlas a “huecos” de los que se puede aprovechar sexualmente. Por último, no podemos olvidar la potentísima publicidad de la prostitución que constituye la pornografía.


Claro que la RAE se equivoca con su definición de “prostitución”. Se han propuesto otras. Algunas particularmente crudas: “La prostitución son boca, vagina y ano penetrados por un hombre con el pene, a veces con las manos, a veces por objetos. Después por otro hombre y después otro más y otro más y otro más”. O interesantes, como la de la activista sueca abolicionista Kajsa Ekis Ekma, autora de El ser y la mercancía, que dice que la prostitución es una suma de desigualdades:


De sexo: el que compra es un hombre.

De deseo: el hombre quiere acceder al cuerpo de una mujer. La mujer quiere dinero.

De edad: suele ser de mayor edad el putero.

De situación económica: el comprador es más rico que la mujer en situación de prostitución.

De país de origen: trata de mujeres de países pobres a ricos, turismo sexual.

De color de la piel: ellas suelen ser más oscuras.

De situación social: ellas no tienen una situación estable. El suele estar casado, con familia, hijos y trabajo.

De libertad: ellos son libres, compran “sexo” porque quieren. Ellas necesitan dinero y están controladas por proxenetas, amedrentadas por el vudú, engañadas por los loverboys, chantajeadas con sus hijos, sometidas por las adicciones, encadenadas por la falta de alternativas.

Cambiar todo nuestro imaginario sobre la prostitución supone un gran paso en el esfuerzo civilizatorio que hoy más que nunca representa abolir una institución que se encuentra en la intersección del patriarcado con el capitalismo y el colonialismo, y que fue definida por Mary Wollstonecraft como “una esclavitud humillante”.


Charo Quintana

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